14 de enero de 2012

Fontanería celular

Como una pequeña extensión de nosotros nuestras células necesitan nutrientes, oxígeno, trabajo diario e interacción con el entorno y las demás células. Gran parte del suministro necesario para sobrevivir lo reciben a través del torrente sanguíneo, que en forma de finísimos capilares es capaz de rodear y atravesar los tejidos para oxigenarlos y alimentarlos.

La formación de los vasos sanguíneos se da en paralelo a la formación de los órganos y tejidos, de la misma manera que al construir una casa, las instalaciones de luz y agua no se dejan para el final. A la formación de nuevos vasos sanguíneos se le llama angiogénesis. Es muy relevante durante el desarrollo embrionario porque es entonces cuando se forman los nuevos tejidos y órganos. 

En un organismo adulto la angiogénesis queda en segundo plano y actúa en la cicatrización de heridas, en la menstruación y en el mantenimiento general del cuerpo, como por ejemplo en la renovación de algunos epitelios. En estos casos, el tejido segrega factores angiogénicos, como el VEGF, que son recibidos por el vaso próximo y activan en él la síntesis de nuevas células que se dividen una vez, y otra, y a la vez que ganan longitud, van formando un tubito por el que luego fluirá la sangre. 

Pero algo cambia cuando en lugar de un tejido sano tenemos células cancerosas. 

Las células "sanas" tienen un estrecho control de su crecimiento y división: las hay que tienen que dividirse muy a menudo, como las del epitelio intestinal o las de la piel, mientras que existen otras que apenas se dividirán a lo largo de toda su vida. Y si el desarrollo fue adecuado en su momento, no necesitan activar la fabricación de nuevos vasos sanguíneos. 

Las células cancerosas han perdido esta regulación de su división y crecen y se dividen sin inhibición. Mientras son unas pocas pueden apañarse con el suministro de nutrientes que los vasos sanguíneos cercanos aportan al tejido sano, pero a medida que van dividiendose y aumentando el volumen del tumor, a las células tumorales más centrales no les llegaría suficiente suministro y morirían. Para evitar esto, fabrican factores angiogénicos que liberan en el entorno para activar la angiogénesis y dirigir la formación de nuevos vasos hacia el tumor.

El nuevo vaso que nutre el tumor tiene una doble función. Cuando el tumor detecta que está en contacto con un vaso es capaz de desprender algunas de sus células tumorales, éstas son capaces de atravesar el vaso y transportarse y sobrevivir en el torrente sanguíneo hasta que llegan a otro punto del organismo donde se fijan a la pared del vaso, lo atraviesan y entran en otro tejido donde se dividirán. Los vasos sanguíneos han servido como vías para que se dé la metástasis. 

Siendo la angiogénesis un proceso tan clave para la supervivencia del tumor, si no se activara, el tumor no podría crecer más que unos pocos milímetros, algo todavía asumible para nuestro sistema inmunitario. 

La estrategia parece clara: conseguir inhibidores de la angiogénesis y así controlar el cáncer. Y no solo uno, porque es una estrategia que ataca un aspecto común a muchos de ellos, principalmente tumores sólidos.

Aunque el objetivo de "curar el cáncer" tan sólo con terapia basada en antiangiogé- nicos aún no se ha conseguido, si que existen fármacos que se utilizan en combinación con otras terapias. Hay que pensar que factores como VEGF siguen activos en la etapa adulta porque tienen una función fisiológica que no se debería suprimir, por lo tanto, a parte de fabricar nuevos inhibidores (bevacizumab, sunitinib y sorafenib son ejemplos) son necesarios ensayos paralelos que sirvan para determinar la eficacia del inhibidor y sobre todo su toxicidad y efectos secundarios en el resto del cuerpo.